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Permitir que se revele

Actualizado: 17 jul 2023

“¿Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?”

Menón


Tengo mucho frío. Me he duchado con agua tibia, he desayunado, estoy bien abrigada con las prendas de lana que compré hace tres días en Humahuaca, pero sigo aterida. Decido salir a caminar por la quebrada que sale detrás de la casa de Lalo. El día está ideal, nublado, y yo tengo frío. Caminar es la mejor perspectiva para lo que le resta a la mañana.


Subo las escaleras, tomo el sendero angosto entre los árboles, atravieso las acequias y bajo al inicio de la quebrada devenido camino por la mano de los habitantes de lugar. Inicio el suave ascenso en suelo rocoso, cauce de un río cuando en marzo llueve mucho. Si es que sigue sucediendo, en este planeta cada vez más seco. El inicio del camino es ancho. Sopla el viento bastante fuerte pero aún no se siente mucho, estoy abajo.





Camino como posesa. No he llevado nada, sólo mi pañuelo en un bolsillo y en el otro el celular que tiene buena cámara, para tomar fotos si es que lo deseo. Mis manos con guantes dentro también, y sólo camino, sin pensar en nada fijo, dejando que mis pensamientos vayan y vengan a su libre antojo, como si en mi mente hubiera abierto todas las ventanas para dejar que el viento la ventile.


Después de un buen rato, mi cuerpo ya se calentó, mi respiración se hace muy presente en mi consciencia y siento en cada pisada que voy dejando un poco de peso. Recuerdo esta misma sensación muchas otras veces. El caminar por el sólo caminar, como una especie de peregrinaje a un lugar sagrado. Nada que hacer, ni buscar, ni encontrar en el camino, sólo andar. Ir soltando, camino arriba, un paso más y mi cuerpo más ligero. No me afecta la altura, ni el ritmo vigoroso que siempre he tenido para las caminatas. Pienso en mi buen estado físico. Pienso en las montañas de México. Pienso mucho en mi Santa Catarina Lachatao desde que llegué a la casa de Lalo. Recuerdo mis inventarios de flores allá. Inventarios fotográficos. Pienso sin agarrarme del hilo de ningún pensamiento, sólo dejo que pasen: son barriletes, los veo un momento y luego se van con el viento que es cada vez más intenso.


El camino se bifurca. Instinto me lleva a la derecha, obedezco. Bailo entre mis propios pensamientos y la observación del entorno. Cada tanto me detengo, toc­­o, huelo, me agacho para cambiar la perspectiva. Tomo fotos y videos no como registro sino porque es un ejercicio que me ayuda a ver mejor. Me recuerda un ensayo de Susan Sontag acerca de ver la vida a través de las lentes. Lo robé del librero de mis padres y nunca lo regresé, como tantos otros libros. El apego a los libros. El apego a la cristalización de las experiencias mediante palabras e imágenes. Humana obsesión. Recuerdo a otro autor que decía que la finalidad de tener pareja es la mayoría de las veces tener un testigo de nuestra propia vida. El paisaje hace esculturas y es tan deslumbrante que me saca de mi mente todo el tiempo. Agradezco. Respiro profundo. ­­­





Piedras. Arbustos espinosos. Flores, amarillas y violetas. Maravillosa naturaleza, usa colores complementarios para hacer la paleta de este lugar, eso pienso. Arbustos que se van secando y, dependiendo el grado de resequedad, se empiezan a parecer a fósiles. Tengo la sensación de estar en el origen del universo. El camino se ha hecho más angosto, el viento más salvaje, la bruma desciende sobre los cerros y ya no veo rastro de vida humana a mi alrededor, ni la carretera, ni un cable, nada. Todo son estas piedras y este cielo y este aire que se mueve tanto que hace sonar al mundo y me hace moverme a mí.





En cuclillas miro unas hormigas enormes que se afanan en ir y venir desde su agujero en la roca. Me encanta observar insectos, ver lo pequeño que se mueve debajo de mis pies. Mis ojos brincan de las hormigas a las rocas, las levanto, las miro de todos lados. Son suaves, están tibias, guardan en su rocoso cuerpo la memoria del sol y del calor del centro de la Tierra. Toda la memoria del mundo está en estas rocas, siento. Muchas son de un color por fuera y de otro color por dentro. Otras tienen pintura abstracta encima de alucinantes colores con brillo. Fascinante. Ella me llama, una pequeña roca semi enterrada, colores ámbar y morado, brillante. Capta mi atención, la desentierro, la miro y siento que me la llevaré. Más tarde cuando Camilo me pregunte le diré exactamente que yo no la encontré, sino que ella me llamó y se quiso venir conmigo. Ahora está en mi altar. Cuando la vea, recordaré ese día y todas las reflexiones y la experiencia, las sensaciones de la experiencia.





Siento que el propósito de caminar es sólo esto, caminar. Ni mirar el paisaje, ni buscar piedras, ni hacer fotos. Dejarme llevar por el camino y caminar e ir viendo qué va pasando y qué voy decidiendo a cada momento. Como en la vida. No vine a buscar nada, sólo quitarme el frío. Me gusta caminar como una ofrenda, sin pedir nada, sólo ofrendándome a la experiencia y permitiendo que se revele lo que tenga que aparecer. Me desvelo yo ante mí misma, un pliegue nuevo que se manifiesta en la experiencia, en la presencia. No busco nada, más que quitarme el frío.





Cuando decido regresar me siento viva, vacía de pesos y llena de energía. Me siento libre, poderosa, bella. Mi cabello está suelto al viento. Mi piel un poco reseca, se nota más mi edad aquí. Mi edad, ese número tan loco que no se corresponde muchas veces con mi sentir. Veo las capas de las piedras, me pregunto si serán como los anillos de los árboles, que marcan la edad. Después Lalo me contará que no, pero en ese momento no lo sé y miro con profunda curiosidad todas las capas, los amasijos de minerales y vegetales que van formando la montaña, siento nuevamente que estoy en el origen del mundo, en la prehistoria. Estoy en mi prehistoria, porque no hay relato. No hubo búsqueda, así que no hay hallazgos, sólo revelaciones. Así quiero vivir, pienso, caminando para quitarme el frío y nada más. Dejando que el camino me sorprenda y me guíe. Bajando de la soledad de la montaña al encuentro humano que me esperaba al regresar. Lalo, los chicos que conocí en Maimará, la alegría de verlos, el abrazo. Comer al sol compartiendo lo de cada quien, los alimentos y los alientos. Los pedacitos de historia.


Si hubiera caminado buscando “la” piedra, no la hubiera encontrado. Me pregunto cuántas veces dejé, sobre todo cuando era más joven, de ver lo que la vida tenía para mí por querer encontrar la imagen que me había hecho. Me pregunto cuántas veces caminé pensando en la meta y sin ver el camino. Cuántas otras miré sólo lo grande y extraordinario para tomar la foto y olvidé posar la mirada en lo ordinario y pequeño. Hago una oda interior al camino y a las piedras. Si voy caminando y digo en mi cabeza “sólo son piedras” son todas iguales, y sólo son piedras. Cuando me detengo y las tomo entre mis manos, las saco del conjunto, las miro desde muchos ángulos, son obras de arte de la naturaleza. Cada una es una piedra, en singular. Cada una tiene una historia. Millones de años para llegar hasta allí. Una historia que se revela si lo permito. La piedra me cuenta que ella y yo, somos una, que mi existencia está intrínsecamente ligada a la suya.


Lalo me contó después que en esa quebrada hay piedras marinas, como la que volvió conmigo. Nada es casualidad. La mujer del mar y la piedra del mar se conectan en la cima de la montaña. Nunca hubo mar ahí. Suponen que por movimientos tectónicos llegaron, hace millones de años. La mesa en la que comemos es una laja que tiene trilobites, Lalo me los muestra. La mesa en la que como, tiene millones de años. No me equivoqué: estaba realmente inmersa en el origen del mundo. En mi propio origen. He sentido tantas veces en este pequeño y enorme viaje que la naturaleza misma es Dios y todas las respuestas a todas las preguntas. Mañana en otro camino sentiré una profunda tristeza por la desconexión humana, pero esa, será otra historia. Ésta, ahora, es esta historia, y nada más.





Mukhia Shanti

Viernes 13 de Enero de 2023

Huacalera, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina.


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